En enero pasado, al llegar a Brasil después de estar dos años en Europa trabajando, fui pasar las vacaciones en la ciudad de Porto Seguro, en el litoral bahiano. En mi compañía estuvo Enzo, un gran amigo que nació y vive en Gênova, Italia.
Extendimos el viaje por la costa brasileña, de la Bahia al Pará, donde hicimos muchos paseos en pequeñas embarcaciones indígenas; compramos, también, bellas piezas de artesanía en los pueblos más pobres, que viven al margen de los ríos en tristes condiciones de vida, pero tienen la fuerza del espíritu que los empuja y no los deja desistir.
A Enzo no le gustan iglesias, así tuvo que visitarlas sola.
Juntos visitamos los museos en Belém y San Luís.
Al fin, Enzo me hizo una confesión: estaba apasionado por mí (yo lo sabía, pero esperé que me lo dijera). Me sentí muy bién, porque lo amaba también, en secreto.
Fueron los mejores días de mi vida.
Las próximas vacaciones, iré a Italia encontrarlo nuevamente.